EL APÓSTOL ANDRÉS
Por: samael aun weor
Otro apóstol bastante interesante (que cuenta para
nosotros en este camino angosto, estrecho y difícil que llevamos), es Andrés.
Se dice que él, en Nicea, conjuró a siete demonios
perversos y que los hizo aparecer (ante las multitudes) en forma de siete
perros que huyeron despavoridos.
Mucho se ha hablado sobre Andrés, y no hay duda de
que fue extraordinario, que estaba cargado de un gran poder.
La realidad es que Andrés, el gran Maestro,
discípulo del Cristo, fue condenado a muerte y torturado.
La cruz de San Andrés nos invita a la reflexión: es
una “X” (sí, una “X”).
Sus dos brazos, extendidos a derecha e izquierda, y
sus dos piernas abiertas de lado y lado, forman “X”, y sobre esa “X” fue
crucificado San Andrés.
Esa “X” es muy simbólica.
En griego equivale a una “K”, que nos recuerda al
chrestos.
Incuestionablemente, fue magníficamente simbolizado
el drama de Andrés por el gran monje Iniciado Bacón.
Este último, en su libro (el más extraordinario que
ha escrito) denominado “El Azud”, pone una lámina en la que se ve, claramente,
a un hombre muerto.
Sin embargo, éste trata como de levantar la cabeza,
como de desperezarse, como de resucitar, mientras dos cuervos negros le van
quitando sus carnes con el acerado pico.
El Alma y el Espíritu se alzan del cadáver, y esto
viene a recordarnos la frase de todos los Iniciados, que dice: “LA CARNE
ABANDONA LOS HUESOS”...
San Andrés, muriendo en una cruz en forma de “X”,
nos está hablando precisamente de la desintegración del ego: que hay que
reducirlo a polvareda cósmica, que hay que descuartizarlo.
“LA CARNE ABANDONA LOS HUESOS”...
Sólo así es posible que el Maestro Secreto (Hiram
Abiff) resucite dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.
De lo contrario, sería imposible (en la Gran Obra
debemos morir de instante en instante, de momento en momento).
samael aun weor
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