lunes, 5 de octubre de 2015

EL PATRÓN DE LOS VIAJEROS

EL PATRÓN DE LOS VIAJEROS
Tomado del círculo de investigación de la antropología gnóstica

SAN CRISTOBAL

Dentro de la religión cristiana existen múltiples historias de grandes Iniciados que desde el punto de vista esotérico, son algo más que simples historias, son un camino a seguir, una enseñanza superior para penetrar en la senda del filo de la navaja.

En este capítulo hemos elegido la historia y el proceso de un gran Iniciado de la Fraternidad Blanca.

Al mismo se le conoce en la actualidad por ser el patrón de los viajeros y se llama San Cristóbal.

Vamos por tanto, a explicar su historia y develar el contenido esotérico de dicho Iniciado:

San Cristóbal, cuyo nombre era Offerus, era robusto y alto de estatura, una especie de gigante, se dice que además era un hombre duro y tenaz.

Cuando era joven se marchó de su hogar alegando querer servir al rey más poderoso de la Tierra.

Emprendió su marcha y viajó de corte en corte hasta encontrar un rey muy poderoso, que se decía que era el rey más poderoso de la Tierra, se presentó ante él y le pidió que le aceptara como su servidor.

El rey, al verle tan joven y fuerte aceptó.

Pasó el tiempo y un día estando junto al rey, le vio aterrorizarse y hacer la señal de la cruz porque un juglar había pronunciado el nombre del diablo.

Offerus asombrado, le preguntó:

¿Por qué os habéis asustado? 

Y el rey le respondió:

«Es que temo al Diablo». 

Entonces Offerus, decepcionado, dijo:

«Si temes al Diablo es que no eres tan poderoso como él, en ese caso, a partir de este momento quiero servir al Diablo» y partió de la corte en busca del propio Diablo.

Después de muchos viajes en busca del poderoso monarca, vio venir en su dirección una nutrida tropa de jinetes vestidos de rojo, y con yelmo de guerra con su jefe a la cabeza, el cual era negro.

El jefe se dirigió a Offerus y le dijo:

¿A quién buscas? 

Offerus respondió:

«Busco al Diablo para servirle». 

El jefe entonces afirmó:

«Yo soy el Diablo y te acepto en mis tropas, sígueme».

Un día cualquiera después de mucho cabalgar, la tropa infernal se encontró ante una CRUZ, que estaba a la orilla de un camino, el Diablo al verla, ordena dar media vuelta y marchar por otro camino.

Offerus al verlo se dirige al Diablo y le interroga:

¿Por qué has mandado dar la vuelta? 

El Diablo le contesta:

«Porque temo la imagen de Cristo». 

Offerus entonces, dijo:

«Si temes la imagen de CRISTO, es que eres menos poderoso que él, en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo».

Offerus pasó por delante de la CRUZ y continuó su camino en busca de su nuevo jefe.

Después de muchos viajes, encontró a un ermitaño y le preguntó dónde podría encontrar a CRISTO.

El ermitaño, sabio como ninguno, le contestó:

«En todas las partes». 
«No lo entiendo -dijo Offerus-, pero si me habéis dicho la verdad, ¿qué servicios podría prestar a mi nuevo señor el CRISTO?»

El ermitaño le respondió:

«Se le sirve con la oración, el ayuno y la vigilia y si quieres ser más agradable a él, sígueme».

Y cogiendo la mano de Offerus, le condujo, a través de un camino rocoso, a la orilla de un impetuoso torrente de agua, que descendía de una alta montaña, y le dijo:

«Los pobres que intentaron cruzar estas aguas, se ahogaron; quédate aquí y traslada a la otra orilla, sobre tus fuertes hombros y poderosas piedras, a aquellos que te lo pidieren.

Si haces esto por amor a CRISTO, Él te admitirá como su servidor».

Respondió Offerus, lleno de seguridad: «Así lo haré, por amor a Cristo», y entonces comenzó a construirse una casa a la ribera del río, comenzando a transportar de noche y de día a aquellos viajeros pobres que se lo pedían.

Cierta noche, estando en la casa abrumado por la fatiga, le sobresaltaron tres golpes dados a su puerta y oyó la voz de un niño que le llamaba tres veces por su nombre.

Se levantó, subió al niño sobre su ancha espalda y penetró en el torrente.

Al llegar a la mitad, vio cómo el torrente se enfurecía de pronto, las olas del agua aumentaban y se precipitaban sobre sus fuertes piernas como para derribarle.

Offerus aguantaba lo mejor que podía, pero el niño, además, se hacía cada vez más pesado.

Temeroso de dejar caer al pequeño viajero, arrancó un árbol para apoyarse en él; pero la corriente seguía creciendo y el niño se iba haciendo cada vez más pesado.

Offerus, temiendo que el niño se ahogara, le miró y le dijo:

«Niño, ¿por qué te haces tan pesado?, parece como si en lugar de transportar un niño, transportara el mundo entero».

El niño le respondió:

«No solamente transportas el mundo, sino aquel que hizo el mundo. Yo soy CRISTO, tu Dios y señor, y en recompensa de tus buenos servicios, te bautizo en el nombre del PADRE, en el del HIJO y en el del ESPÍRITU SANTO. En adelante te llamarás CRISTO-BAL».

Cuenta la historia de los siglos, que desde aquel día, CRISTO-BAL, viajó de tierra en tierra enseñando la palabra de CRISTO, logrando su objetivo el servir al rey más poderoso del mundo: CRISTO.

Interpretación Esotérica

Los viajes constantes de San Cristo-Bal, representan el adentramiento del INICIADO en el esoterismo, la búsqueda de la LUZ.

Los reyes simbolizan a los falsos profetas que intentan desviar del camino al INICIADO. Lucifer es el dador de Luz, con poder sobre los Cielos y los Infiernos, por eso San Cristo-Bal adquirió su sabiduría, pero sin dejarse atrapar por su fuego.

El Ermitaño simboliza al Gurú interior del Iniciado, el que le guía por la senda rocosa para no caer en el precipicio de perdición.

El Torrente y las aguas simbolizan el trabajo en el ARCANO A.Z.F., la purificación de las aguas alquimias sexuales.

La CASA que construyó San Cristo-Bal, simboliza el Templo interior que cada iniciado debe levantar con la ayuda de las aguas seminales.

El NIÑO representa al CRISTO íntimo que debe nacer en el interior de cada INICIADO y para no caer en el TORRENTE alquímico, debe sujetarse al ÁRBOL del Conocimiento, de la Sabiduría Filosófica.

Por último, el BAUTISMO, es un pacto de agua y fuego (Alquímico) mediante el cual se llega a la unión con el REAL SER, con el KETER de la Kábala, el ANCIANO de los DÍAS.

SAN CRISTÓBAL

(Extracto del libro "El Misterio de las Catedrales" Fulcanelli)

Aproximadamente en el 1748 el capitulo de Notre-Dame recibió la orden de eliminar la estatua de San Cristóbal. El coloso, pintado de gris, hallándose adosado a la primera columna de la derecha, entrando en la nave.

Había sido erigido en 1413 por Antoine des Essarts, chambelán del rey Carlos VI.

Se pretendió quitarlo en 1772, pero Christophe de Beaumont, a la sazón arzobispo de París, se opuso rotundamente a ello.

Sólo después de muerto éste, fue la estatua arrastrada fuera de la metrópoli y destruida.

Notre-Dame de Amiens posee todavía el buen gigante cristiano portador del Niño Jesús; pero lo cierto es que si escapó a la destrucción, fue debido únicamente a que forma parte del muro: es una escultura en bajo relieve.

La catedral de Sevilla conserva también un San Cristóbal colosal y pintado al fresco.

El de la iglesia de Saint-Jacques-la-Boucherie pereció con el edificio, y la bella estatua de la catedral de Auxerre, que databa de 1539, fue destruida, por orden oficial, en 1768, sólo algunos años antes que la de París.

Es evidente que para motivar tales actos, se requerían poderosas razones.

Aunque nos parezcan injustificadas, encontrarnos, empero, su causa en la expresión simbólica sacada de la leyenda y condensada -sin duda con excesiva claridad- en la imagen.

San Cristóbal, cuyo nombre primitivo, Offerus, nos revela Jacques de Voragine, significa, para la masa, el que lleva a Cristo (del griego Xpoto opos); pero la cábala fonética descubre otro sentido, adecuado y conforme a la doctrina hermética.

Se dice Cristóbal en vez de Crisofo: que lleva el oro (en griego, Xpvoo opos).

Partiendo de esto comprendemos mejor la gran importancia del símbolo, tan elocuente, de San Cristóbal.

Es el jeroglífico del azufre solar (Jesús) o del oro naciente, levantado sobre las ondas mercuriales y elevado a continuación, por la energía propia del mercurio, al grado de poder que posee el Elixir.

Según Aristóteles, el Mercurio tiene por color emblemático el gris o el violeta, lo cual hasta para explicar el hecho de que las estatuas de San Cristóbal estuviesen revestidas de una capa de dicho tono.

Cierto número de antiguos grabados que se conservan en la sala de las Estampas de la Biblioteca Nacional, y que representan al coloso, aparecen ejecutados a simple trazo y en un tono de hollín desleído.

El más antiguo data de 1418.

En Rocambadour (Lot), podemos ver todavía una gigantesca estatua de San Cristóbal, erigida sobre la explanada de Saint-Michel, delante de la iglesia.

A su lado observamos un viejo cofre ferrado, y encima de éste, un tosco fragmento de espada clavado en la roca y sujeto por una cadena.

Según la leyenda, este fragmento perteneció a la famosa Durandarte, la espada que rompió el paladín Roldán al abrir la brecha de Roncesvalles.

Sea como fuere, la verdad que se infiere de estos atributos es muy transparente.

La espada que hiende la roca, la vara de Moisés que hace brotar el agua de la piedra de Horeb, el cetro de la Diosa Rea, que golpeó con él el monte Dyndimus, la jabalina de Atalanta, son, en realidad, un solo y mismo jeroglífico de esa materia oculta de los Filósofos, de la que San Cristóbal representa la naturaleza, y el cofre ferrado, el resultado.

Lamentamos no poder extendernos más sobre el magnífico emblema que tenía reservado el primer lugar de las basílicas ojivales.

No nos queda ninguna descripción precisa y detallada de estas grandes figuras, grupos admirables por la enseñanza que contenían, pero a los que una época superficial y decadente hizo desaparecer, sin tener la excusa de una indiscutible necesidad.

M. I. F. 

Texto tomado del círculo de investigación de la antropología gnóstica.

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