lunes, 5 de octubre de 2015

EL APÓSTOL JUAN

 EL APÓSTOL JUAN
POR: SAMAEL AUN WEOR

¿Qué diríamos de Juan?

Él es, fuera de toda duda, el Patrono de los fabricantes de Oro.

¿Habrá alguien que haya fabricado oro?

Sí; recordemos a Raimundo Lulio.

Raimundo Lulio lo hizo: enriqueció las arcas de Felipe el Hermoso, de Francia; y las del Rey de Inglaterra.

Todavía se recuerdan cartas de Raimundo Lulio.

Una de ellas habla de “un hermoso diamante”, con el cual obsequiara nada menos que al Rey de Inglaterra (disolvió un cristal, entre el “crisol”, y luego, poniendo agua y mercurio sobre aquel cristal, lo transformó en un gigantesco diamante, extraordinariamente fino, con el obsequió al Rey de Inglaterra).

Y en cuanto a la transmutación del plomo en oro, lo hacía gracias al Mercurio Filosofal.

Raimundo Lulio enriqueció a toda Europa con sus fundiciones, y sin embargo él permanecía pobre.

Viajero extraordinario de todos los países del mundo, al fin murió lapidado en una de esas tierras (reflexionen ustedes en esto).

Así pues Juan, el apóstol de Jesús, es el Patrono de los fabricantes de Oro.

Se dice que en alguna ocasión, encontró en su camino (en un pueblo por ahí, del Oriente) a un filósofo que trataba de convencer a las gentes, de demostrarles lo que él podía hacer con la palabra, con el verbo.

Dos jóvenes, que habían escuchado sus enseñanzas, abandonaron sus riquezas, las vendieron, y con ellas compraron un gran diamante.

Pusieron, en presencia del honorable público, el diamante en manos del filósofo; éste se lo regresó y ellos, con una piedra, destruyeron la gema.

Juan protestó diciendo:

“Con tal gema, se le podría dar de comer a los pobres”...

Dicen que Juan, ante las multitudes reconstruyó la gema y que luego la vendió, para dar de comer a las multitudes.

Más los jóvenes, arrepentidos, se dijeron a sí mismos:

“¡Qué tontos fuimos al haber salido de todas nuestras riquezas para comprar un gran diamante que ahora se vuelve pedazos y que luego reconstruyen para repartirlo entre las gentes!”.

Pero Juan, que veía todas las cosas del cielo y de la tierra (y que sabía transmutar el plomo en oro), hizo traer de las orillas del mar (de por allí cerca), unas piedras y unas cañas (la piedra, símbolo de la Piedra Filosofal del sexo, y la caña símbolo de la espina dorsal, pues allí está el poder para transmutar el plomo en oro), y después de convertir aquellas cañas y aquellas piedras en oro, le devolvió las riquezas a los jóvenes; pero les dijo: “Habéis perdido lo mejor.

Os devuelvo lo que disteis, pero perdisteis lo que habíais logrado en los mundos superiores”.

Luego acercándose a una mujer que había muerto, la resucitó.

Ella entonces contó lo que había visto fuera del cuerpo y también se dirigió a aquellos jóvenes, diciendo que “había visto a sus ángeles guardianes llorando con grande amargura, porque ellos habían perdido lo mejor por las vanas cosas perecederas”...

Es claro que los jóvenes se arrepintieron, devolvieron el oro a Juan, y Juan volvió a trocar ese oro en lo que era (en cañas y piedras), y se convirtieron en sus discípulos.

Así pues, Juan y la “Orden de San Juan” nos invitan a pensar.

Juan es Patrono de los que hacen Oro; nosotros necesitamos transmutar el plomo de la personalidad en el oro vivísimo del Espíritu.

Por algo es que se les llama, a los grandes Maestros de la Logia Blanca, “Hermanos de la Orden de San Juan”.

Muchos creen que Juan, el apóstol del Maestro Jesús, desencarnó; mas él no desencarnó.

Viejas tradiciones dicen que hizo cavar su fosa sepulcral, que se acostó en ella, que resplandeció en luz y desapareció (la fosa quedó vacía).

Nosotros sabemos que Juan, el apóstol del Cristo, vive con el mismo cuerpo que tuvo en la Tierra Santa y que vive precisamente en Agartha, en el reino subterráneo, allí donde está la orden de Melquisedec, y que acompaña al Rey del Mundo (vean ustedes cuán interesante es esto).

samael aun weor






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